COLOQUIO IX - Primera Etapa - PONENCIA IX

LA EXPERIENCIA IN-SISTENCIAL Y LA UNIDAD DEL HOMBRE
La interioridad como camino hacia la unificación del hombre ante las disociaciones propias del siglo XXI

Mariela Marone de Powter

Primera parte

"El rabí le explicaba el universo
(Esto es mi pie; esto el tuyo; esto la soga)
Y logró, al cabo de años, que el perverso
Barriera bien o mal la sinagoga."
El Golem, Jorge Luis Borges

I

Aún hay quienes seguimos - pleno siglo XXI - con una antorcha en la mano, por los enredados y oscuros caminos de nuestra actual “civilización” buscando un Hombre. Cuántos sentidos puede tener esta expresión; para Ismael Quiles también, como para nosotros, se ha convertido en la pregunta permanente que acompaña nuestra vida: ¿está ese Hombre? Y ¿dónde? ¿cómo encontrarlo? Y si se aleja de aquellos que se preguntan, que buscan, cuanto más aún de los que ni se percatan que entre las múltiples caras humanas de las circunstancias palpita Uno, ese único y sólo suyo ser interior cuya vocación era animar de divina esencia cada uno de los gestos de esos tantos rostros circunstanciales. En esas múltiples maneras de manifestarse los hombres ríen y lloran, trabajan, duermen y sueñan... pero parecen ser cada vez menos los que despiertan a la presencia de la insondable y sublime unidad que los vivifica por dentro.

Esa falta de unidad que impera actualmente en los corazones, en las mentes, en las vidas de nuestros contemporáneos puede inscribirse en una cuádruple disociación que resume y explica la ausencia total de comunión entre los miles de afanes que movilizan al hombre de hoy. Ante todo el hombre se encuentra expulsado de su propio interior, ya no vive en sí sino allí donde la necesidad lo reclama; es esta primera disociación la base de todas las demás. Una vez que el hombre se aleja de su propio ser interior se desatan los vínculos que ligan en unidad la integridad de su realidad humana. Esta compleja realidad se entreteje con los hilos de toda la Realidad, pero cada uno de nosotros es un nodo en el que la misma se sostiene adquiriendo sentido, valor, conciencia.

La filosofía insistencial de Ismael Quiles, al igual que toda filosofía cristiana, comprende la complejidad de la naturaleza humana como centro en el que conviven lo divino y el total de lo creado, “lo cósmico” con lo humano en sí. La multidimensionalidad de lo humano se religa en virtud de la conexión con lo sagrado (presencia de lo Absoluto, de lo Uno en todas las cosas) que se opera en el interior de cada hombre. Por lo tanto una íntima conexión con el centro mismo del propio ser es el fundamento de la unidad de todo lo que constituye la realidad del hombre. Si este fundamento de lo humano se cierra a sí mismo, ese centro que tensa todo el tejido desaparece y todo queda desatado. Lo humano se disocia de lo cósmico, cada hombre se desliga entonces del mundo de la naturaleza y de su verdadera comunión con el resto de los hombres y pierde su vínculo con la Divinidad.

La afirmación anterior podría leerse como una visión mística del hombre que para nada se condice con las exigencias de la vida contemporánea. Hoy estamos obligados, a fin de cubrir nuestras necesidades, a volcarnos a la existencia; en primer lugar existen necesidades básicas de supervivencia que no podemos dejar de lado, por otro lado un natural instinto creativo nos impulsa a transformar el mundo a nuestro alrededor. Sumado a esto nuestra estructura psíquica reclama continuamente el reconocimiento de los demás, y esto nos coloca siempre en relación a otros. Como si se hubiera aprovechado de una situación tan natural al hombre, un poderoso y ya muy instalado mecanismo lleva al hombre a convertirse en aquello que se necesita para que ciertas superficialidades mantengan su carácter de “necesidad”. El hombre ya no busca en lo exterior el ámbito propicio para la vida interior; parece ser que la exterioridad ha fagocitado al hombre a su servicio para asegurarse su propia existencia.

En este estar, sin hacerse presente el hombre en el mundo, en este pisotear el hombre su mundo casi sin recordar que merece ser caminado con los pies descalzos, deja pasar distraídamente el llamado que - desde el interior del mundo y silenciosamente - clama esa voz no mundana por la amistad del hombre. Lo divino, lo sagrado, lo santo, que en su trascendencia se hace presente aquí, se le pasa de largo al hombre que transcurre en el olvido de sí, habiendo olvidado también su oído para escuchar el silencio, su ojo para vislumbrar lo invisible. En su afán de reafirmar su propio ego, sólo arriba el hombre a su total disolución.

Apagada la capacidad de entablar con el mundo una relación que nos vincule con el núcleo más profundo de la realidad, su misterio, perdemos la orientación de nuestro estar lanzados a la existencia.
Seríamos como la flecha que una vez disparada olvidó su dirección de salida y de llegad. La natural vocación del hombre que lo impulsa a encontrar sentido a su existencia en el mundo ya no se vive como tal. “El destino del hombre se halla en dar su significación al mundo, y se logra o se pierde según la actuación del hombre en el mundo y respecto del mundo. Todas las cosas han sido pues creadas para el hombre, para que con ellas y por ellas consiga su destino.”[1] El papel preponderante del hombre respecto del resto de la creación conlleva el peligro de hacerle creer dueño y señor del mundo, y en su misión de dar sentido se esconde también la tentación de   dar respuestas. Sin embargo el mundo engendra en nosotros mil preguntas que valen tanto más que toda respuesta que podamos encontrar. La verdadera y más sincera forma de enfrentarnos con el sentido del mundo es reconocer ante todo su misterio; la realidad está allí para nosotros desbordante de sabiduría y lo único que puede mantener abierta la comunicación entre el hombre y el mundo es la pregunta misma. El mundo guarda una respuesta cuando dice y también cuando calla, porque cuando calla el mundo es la misma voz de Dios la que truena en el silencio.

Inmersos en la realidad del mundo están también el resto de los hombres; cada uno de ellos es una nueva pregunta y quien decida alojarla no tiene para ello más habitación que el centro de su corazón. Si esta habitación ha sido olvidada y su llave guardada no se sabe dónde toda auténtica relación con los otros se vuelve imposible; el amor es desterrado de la realidad humana. Vivir desconectados de nuestro profundo y misterioso sí mismo es como pasar por la existencia sin permitir que nuestra vida se consuma, encendida por la chispa del amor que une los elementos y los hace arder. Somos como leños de quemar que van de aquí para allá sin ser alcanzados jamás por el fuego que los transforma en las brasas que estaban llamados a ser; como una vela que atraviesa la oscuridad sin ser encendida.“Parece que desde el polo de mi subjetividad nace una corriente de tendencia hacia el otro, y experimento que esa corriente me llega también desde la subjetividad ajena.” [2] Si esas corrientes hacen contacto, el fuego del amor enciende los dos polos, pero si el polo de subjetividad se desconecta, ¿de dónde brotará la corriente? Por haberse apagado en el hombre la auténtica fuente del amor que lo ligare al resto de los hombres, por estar su sí mismo, su yo interior abandonado en lo más hondo de su ser ha tenido que forjar nuevos senderos de comunicación hacia   esos hombres que no son más que el ropaje de los verdaderos. Y cuando es imposible hablar de corazón a corazón, ¿quién se preocupará por no ver un rostro en una conversación telefónica ni una palabra de puño y letra en su correo electrónico?   ¿quién no se enorgullecerá por sentirse compasivo en la impotencia que le producen esos rostros de hambre y desolación que su pantalla de televisión le trae desde el otro lado del mundo?

Segunda parte

“¿Y si en la misma pregunta
se escondiera la respuesta?
¿Y si el silencio divino
fuera celeste aquiesciencia?
¿Y si la interrogación
fuera nuesta salvación?”
Respuestas, Ricardo Molina

La unidad que nos define como hombres se encuentra hoy resquebrajada; la única fuerza capaz de ligar los extremos del Mundo ha perdido su eficacia porque nos hemos alejado de la fuente que la alimenta. No tiene sentido hablar de amor cuando el hombre no vive ya en su propio ser. Pero a pesar de todo el amor mismo procede de un manantial inextinguible. Nuestro único deber es no dejar que ese mar se derrame en vano. Es preciso alertarnos de esta suerte o un nuevo diluvio lloverá desde dentro... Abandonando el perfil de metáfora apocalíptica que parece querer apoderarse del discurso, presentamos la propuesta de Ismael Quiles como posible salida a la disociación entre el hombre interior o sí mismo y su contracara existeancial.

La filosofía insistencial puede actuar como remedio que auxilie al hombre a reconquistar su esencial unidad perdida: unidad del hombre en sí mismo, con Dios, con los otros hombres y con el mundo. Esta   filosofía permite ver con claridad que cada una de las duplas que aquí aparecen disociadas (hombre-mundo, hombre-Dios, hombre-hombres, hombre-sí mismo) constituyen las distintas polaridades de la unidad constitutiva de la esencia del hombre. Dicha esencia no se realiza sino en relación a una estructura trinitaria de la realidad   que comprende lo humano lo cósmico y lo divino como dimensiones constitutivas de su ser en sí, las cuales en virtud del centro de conciencia interior al hombre recobran para sí la profundidad y con ella, en lo triple, la unidad; [3] El misterio del sí mismo, que en el interior de cada hombre es centro inefable de infinitamente rica unidad, al exteriorizarse y manifestarse se despliega bajo la forma de esta estructura trinitaria que hemos presentado. Toda ruptura subyacente a  alguna de las duplas de este yo-manifiesto indican la disociación fundamental de este yo-manifiesto y el yo-interior, el invisible sí-mismo (in-Sistencia), única y verdadera fuente de unidad y de sentido para la vida del yo existencial.[4]

La filosofía in-sistencial se presenta como remedio posible a las disociaciones expuestas; pues como propuesta de interiorización, autoconocimiento y búsqueda de religazón con el principio de unidad más profundo y fundamental al propio ser del hombre, actúa del modo más radical posible: resuelve la fractura reinstalando la unidad en el nivel más interior al hombre, reestablece la comunión entre el yo-existencial y la in-sistencia desde donde la integridad del hombre se religa a la Sistencia absoluta, fuente de unidad de toda la Realidad. En los textos de Quiles podemos encontrar, entonces, además de una fundamentación de esta estructura trina y una del hombre, una propuesta práctica y concreta que nos permitiría arribar, a través de determinados ejercicios espirituales, a la experiencia personal de la unidad interior vivida como in-Sistencia.[5]

Vamos a desarrollar ahora de qué manera la filosofía in-sistenical de Ismael Quiles, constituye una posible solución a esta carencia de unidad de que adolece el hombre contemporáneo. Podremos observar que lo que esta filosofía propone no es otra cosa que un modo de despertar a la condición misma de ser hombre. Esto es, en última instancia, lo que ha desaparecido: el interés por saber y ser quienes realmente somos. Pero una observación lúcida de la propia experiencia humana nos lleva a descubrir que dicho interés no escapa a ningún hombre, y que - si se atiende a la verdadera vivencia que, por nuestra condición humana, tenemos de la realidad - el camino a la Unidad está marcado en la misma naturaleza del hombre. Por eso es, para el Padre Ismael Quiles, una profunda experiencia del propio ser interior la que sustenta una existencia propiamente humana y en tanto tal dotada de unidad y abierta a la trascendencia.

A esta experiencia de la particular naturaleza humana, de su peculiar modo de estar en sí, ligada al mundo, al resto de los hombres y a Dios es la que se denomina “experiencia insistencial”. La misma consiste en un proceso de interiorización que comienza con el despertar de la conciencia de nuestro particular modo de estar en relación a la existencia, (nuestra pertenencia al mundo siendo a la vez habitantes del Cielo) y a través de la profundización en los distintos niveles de nuestra estructura óntica desemboca en la captación de la presencia del Absoluto como fundamento de la existencia misma. Estos modos directos de captación del mismo y único centro de sentido de toda realidad, que Quiles propone como punto de partida de una vida verdadera y profundamente humana “no se refieren tan sólo a situaciones privilegiadas de algunos escogidos, sino a situaciones comunes y habituales en todos los que han llegado a un desarrollo psicológico normal; en una palabra, al hombre común.”[6] Basta estar concentrado en la tarea que sea, o tan sólo atentos al simple hecho de estar aquí en el mundo para que el proceso de profundización de que hablamos se ponga en marcha.

El proceso al que hacemos referencia puede sintetizarse en las siguientes “etapas fundamentales de la experiencia íntima del yo: en primer lugar nuestra in-sistencia; en segundo lugar la conciencia de la finitud y contingencia, de la precariedad e insuficiencia de nuestra realidad; en tercer lugar el hallarnos instalados, por una inquietud connatural, en una dirección determinada; y en cuarto lugar el llegar al fondo de esa dirección por una reflexión más profunda sobre nuestra experiencia originaria.”[7] Lo que en primer lugar denota nuestra condición humana es la toma de distancia respecto del mundo exterior, que pasa a ser objeto del sujeto que es el hombre. El mundo se convierte para el hombre en esa “alteridad” que se requiere para toda identificación de sí mismo y a partir de allí para toda comunicación, para todo amor y comunión. A través de la presencia del mundo la existencia misma impulsa al hombre a la in-sistencia, y una vez replegado en sí mismo el hombre vuelve a reconocer el mundo como escenario para ese accionar que como impulso creativo viene dado ya con su forma de in-sistencia. Una vez que el mundo es reconocido como alteridad se manifiesta para el hombre como la gran incógnita, queda fundada la pregunta por el sentido de la existencia. Y somos partícipes de la primera y sorprendente respuesta que el mundo tiene para dar: que no hay sentido, que no hay respuesta que no hay verdad en la existencia. Nada se explica a sí mismo, todo es gratuito a la vez que insuficiente, en la existencia todo es contingente. “Esta experiencia de la contingencia le da al `yo´ la experiencia de que en sí no tiene sentido alguno, de que le falta su íntimo sentido, apoyo y razón de ser.”[8] El sentimiento de contingencia es, según nuestra apreciación, la clave experiencial que permite al hombre asumir el profundo misterio de la existencia, es decir, es esta percepción la que impulsa al hombre hacia el interior, tanto de sí mismo como del mundo hasta descubrir en ellos ese centro de apertura hacia el misterio.[9]

Es preciso reconocer que esta percepción de contingencia, en mayor o menor medida, a mayor o menor grado de conciencia y de profundidad está presente en todos nosotros, no escapa a ningún hombre. Y ante la conmoción del propio ser que tal experiencia supone no es posible mantenerse indiferente; ese centro de apertura al misterio es sentido también como vacío y he aquí la explicación del panorama que expusimos al principio para el hombre contemporáneo. El misterio aterra al hombre y ante tal situación no es fácil optar por quitarse los zapatos y cruzar la brecha. Es fuerte la tentación de cubrir ese vacío con la dulce miel de la seguridad; es buscándola que el hombre tapa la brecha abierta en su propio interior con la siempre sonriente mueca de un ego rutilante. El mismo miedo al sin-sentido puede llevar al hombre a construirse un mundo que él mismo cree sostener y gobernar. Pero mientras no se atreva a extender su mano hacia el otro lado de la brecha, el vacío sobre el que construye no dejará de expresarse como angustia. Por eso la sonrisa se transforma en mueca, porque el que sonríe no es el yo-real, porque lo que mira, porque lo que tiene es sólo precaria y pasajera ilusión.[10]

Este centro de apertura a la trascendencia y al misterio de lo infinito, esta presencia de vacío dentro de nosotros mismos marcada por el carácter contingente de nuestro propio ser y del mundo actúa en nosotros como flecha de impulso hacia la plenificación de nuestro ser. Precisamente porque no estamos hechos, como somos contingentes, estamos lanzados a buscar constantemente la realización y esto es justamente lo que hemos denominado como direccionalidad connatural en el cuarto paso del proceso de interiorización. Esta dirección que marca nuestra naturaleza nos impulsa por esencia a buscar en la realidad el polo de atracción que a través de la comunión conquistará para nosotros esa anhelada unidad de ser. Esa direccionalidad presente en nuestro interior es señal del profundo sentido religioso que caracteriza a la condición humana. Esa flecha se ha lanzado en busca de aquello a lo que debemos unirnos para ser plenos, íntegros seres humanos. Así, desde nuestro yo está lanzada la flecha con blanco centrado en el sí mismo; desde nuestra sensibilidad lo está en dirección a la Belleza, desde nuestra inteligencia en dirección a la Verdad, desde nuestra voluntad al Bien. En una sola palabra, desde nuestra más honda realidad, desde nuestro ser más íntimo esta dirección es el amor que nos impulsa a la unidad con el Otro, entendido ya sea como mundo, como prójimo o como Absoluto. Este último, en tanto fundamento de todo blanco posible para nuestro connatural sentido religioso consiste en el fondo de toda dirección que como vimos es el cuarto y último nivel en el proceso de profundización.

En este reencontrarse el hombre consigo mismo en el más profundo centro de su ser, su in-Sistencia se reconcilia con el ser en sí de la realidad misma, reconociendo en su naturaleza misma la presencia del mundo y del Absoluto. “En la experiencia de mi sí mismo, además de sentirme rodeado, circundado y, más aún, sumergido en el mundo natural de las cosas (el cosmos) y en el mundo social de `otros centros interiores´ (personas), (otros `yo´), me experimento desde lo profundo de mi mismidad, particularmente religado, comunicado, pendiente de una Realidad inefable misteriosa, cuya presencia desbordante y actuante siento en mi interior, tanto más cuanto más adentro me miro a mí mismo. Pero la siento también presente mirando hacia el exterior, en todas las realidades que me circundan.” [11]

El proceso de interiorización aquí planteado resulta ser entonces, un posible camino hacia el reencuentro con la unidad originaria que hace al hombre tal en su esencia. Lo que estamos proponiendo es una vuelta al estado originario de nuestro propio ser y no estamos hablando de una parabólica peregrinación espiritual al tiempo de los orígenes paradisíacos de la humanidad. Estamos señalando el simple hecho de que prestando atención al ser en el que existimos, en el que todo existe, lo verdaderamente importante se hará manifiesto en todo su esplendor. En este estado de concentración toda actividad puede ser realizada como el simple crecer de las manzanas en el manzano, como el natural movimiento de la flor que busca el rayo del sol. Así de simple y de sagrada es la naturaleza del hombre, así es de milagrosa que la libertad y la conciencia convierten la rutina y lo ordinario en el ritual y la oración del santo. La verdadera concentración es fuente de unidad en tanto descubre y llama hacia el mismo centro a todo lo que se juega en cada gesto humano: su humanidad, su dimensión cósmica y su compromiso con el resto de los hombres, su dimensión de misterio y sacralidad.

Si bien hemos dejado los ejercicios prácticos propuestos por Quiles para encaminarse hacia la verdadera concentración concluimos con otro consejo práctico, pero en este caso de un maestro oriental: “Enséñame el camino le dijo un monje al maestro Chao-chou. ¿Has desayunado? Le preguntó éste . Sí, le contestó el primero. Entonces ve y lava los cacharros que hayas usado, (...) puesto que entre los pucheros anda Dios.”[12]

Notas

[1] I. Quiles, Antropología filosófica In-sistencial, Depalma, Buenos Aires, 1983.  p. 82
[2] Idem. p. 118
[3] Es indiscutible la afinidad entre el pensamiento de Quiles y de Raimon Panikkar al momento de comprender la realidad humana como estructura trinitaria. Mientras Quiles vislumbra su filosofía a partir de una experiencia profunda que descubre su ser insistencial, Panikkar lo hace a partir de lo que ha llamado intuición cosmoteándrica, captación inmediata de la estructura trinitaria de la realidad.  Ambas son modos directos de arribar a un conocimiento experiencial sobre el cual se funda toda una antropología filosófica.
[4] Para acercarnos a lo que podría ser una comprensión de cómo el tres, por obra del cuatro implicado en la profundidad se hace uno, podemos recurrir a una imagen auxiliar. Si partimos de las tres dimensiones de lo real como tres puntos equidistantes formamos un triángulo.
Si equidistantemente a los tres, guardando a su vez con este la distancia que cada punto guarda con los otros dos, marcamos un cuarto punto (el sí mismo o in-sistencia) podemos construir un tetraedro.   Tenemos entonces: TRES triángulos, CUATRO vértices, UN cuerpo.
[5] Acerca de los ejercicios que Quiles propone no haremos más que remitir al lector al texto, ya que no tendría sentido repetir en teoría lo que fue escrito para ser practicado. Cfr. I. Quiles, Cómo ser sí mismo, Depalma, Bs. As., 1996, segunda parte, capítulos II y III.
[6] I. Quiles, Antropología filosófica In-sistencial,  p.176
[7] Idem. p. 159
[8] Idem. p. 149
[9] Desde   este sentimiento de contingencia se han levantado tanto filosofías como religiones, y es de hecho condición necesaria de toda vida humana con profundo sentido antropológico.
[10] “El Budismo ha tenido muy presente este planteo al distinguir entre el `verdadero yo´ y el `falso yo´, entre el `yo real´ y el `yo ilusorio´. Justamente el problema central del Budismo es el de descubrir el `verdadero yo´y superar la `ignorancia´ por la que ilusoriamente nos aferramos a un `yo irreal´”. I. Quiles,   Filosofía Budista, Troquel, Bs. As. 1973, p. 79
[11] Quiles, Ismael, Cómo ser Sí mismo, p. 46
[12] Cf. R. Panikkar, El silencio del Buddha, Ediciones Siruela, Madrid, 1996, p. 226.


  • Ver Ponencia I • Pautas para una legislación desalienante

    HORACIO GIGLI
    Fundación Ser y Saber, Buenos Aires.


    Ver Ponencia II • El tema quilesiano de persona humana en el marco de la enseñanza de la ciencia geográfica

    PABLO GABRIEL VARELA
    Universidad del Salvador, Buenos Aires.


    Ver Ponencia III • El problema de la especialización. Una respuesta a partir de la pedagogía de Ismael Quiles, S.J.

    JORGE MARTIN
    Universidad del Salvador, Buenos Aires.


    Ver Ponencia IV • Espiritualidad e In-sistencialismo

    Pbro. JOSÉ IGNACIO FERRO TERRÉN
    Fundación Ser y Saber, Buenos Aires.


    Ver Ponencia V • La in-sistencia y el desarrollo de la interioridad para la superación de las distintas formas de alienación

    MARÍA VICTORIA RULLÁN MIQUEL
    Zaragoza, España.


    Ver Ponencia VI • La filosofía in-sistencial enfrenta los desafíos de la educación actual

    CELIA GEMIGNANI DE ROMANI
    Universidad del Salvador, Buenos Aires.


    Ver Ponencia VII • Hacia la recuperación del sentido de la historia. Historicidad y tiempo en la Antropología In-sistencial

    ALEJANDRO POWTER
    Universidad del Salvador, Buenos Aires.


    Ver Ponencia VIII • La historia y la filosofía in-sistencial en el mundo actual

    ETHEL BORDOLI
    Buenos Aires.


    Ver Ponencia IX • La experiencia in-sistencial y la unidad del hombre. La interioridad como camino hacia la unificación del hombre ante las disociaciones propias del siglo XXI

    MARIELA MARONE DE POWTER
    Universidad del Salvador, Buenos Aires.


    Ver Ponencia X • Filosofía In-sistencial: bases para una Estética de la unidad

    MARTHA PÉREZ DE GIUFFRÉ
    Universidad del Salvador, Buenos Aires.


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