Hacia la recuperación del sentido de la historia.
Historicidad y tiempo en la Antropología In-sistencial
Alejandro D. Powter
Magnum miraculum est homo. (Hermes, Asc. 6)
El mundo contemporáneo parece estar caracterizado por la profundización de contradicciones crecientes. La coexistencia de posturas antagónicas que encontramos por doquier hace que parezca imposible el descubrimiento del sentido de la historia. Pe ejemplo, vemos que la defensa de los derechos humanos se presenta muchas veces como justificación de la destrucción de la dignidad humana, garantizar la diversidad conduce a la intolerancia, la protección de la libertad se vuelve excusa para el sometimiento y la denigración de sociedades enteras, o incluso el engaño y la mezquindad pueden aparecer escondidas tras una supuesta religiosidad que no es más que mera fachada [1].
Así, la historia llegaría a convertirse en escenario, no del drama del hombre, sino de su tragedia. Si esta figura de contradicciones llegara a extremarse nos veríamos conducidos a la destrucción del ser del hombre en una fragmentación infinita que llevaría a la pérdida del sentido de la historia. Y esto se debe a que la actual comprensión de la historia se reduce a una sucesión de acontecimientos en la que el hombre se desdibuja y pierde tanto su protagonismo como su responsabilidad.
Esta situación puede generar en nosotros dos posturas ante la historia: 1) resignarse a la pérdida de protagonismo y entonces renunciar a nuestra vocación de plenificar la propia esencia en el tiempo o bien, 2) responder a la llamada interior que la adversidad despierta y asumir la responsabilidad de colaborar en un trayecto histórico a la vez personal y a la vez compartido. Basta con reflexionar unos instantes sobre el momento histórico del que debemos ser protagonistas para darnos cuenta de que el camino más fácil y a la vez el más doloroso sería el primero, es decir el de asumir que la historia nos sucede independientemente de nuestras acciones resignándonos así a la pérdida de la libertad y la unidad de la persona en la historia.
La experiencia de contradicción es natural al hombre y es porque éste, desde lo profundo de su constitución óntica, aunque siendo uno, se experimenta como habitante de dos dimensiones, la una material, la otra formal; la una corporal, la otra espiritual; la una temporal, la otra eterna. Un análisis de esa experiencia de escisión nos permitirá llegar también a la posibilidad de la superación de una visión y una acción alienantes de la realidad. Tomaremos como eje de reflexión la última dicotomía mencionada, la del tiempo y la eternidad, para ello utilizaremos como guía el capítulo VI de Más allá del existencialismo[2], en el cual Ismael Quiles aborda el problema de la relación entre in-sistencia e historia.
LA HISTORICIDAD COMO DIMENSIÓN TEMPORAL DEL HOMBRE
Como ámbito de expresión de la dimensión temporal del hombre encontramos a la historia. Esta se nos presenta como comprensión del devenir del hombre en el tiempo. Así, su principal característica consiste en la sucesión. Pero la mera sucesión no implica historia, es necesario un sujeto que actúe y piense en el tiempo y que su acción esté conducida por una voluntad libre. Es decir que es necesario un ser autoconciente, propiamente un sujeto histórico. “El hombre es hombre esencialmente porque ante todo ‘está en sí’, es decir, puede y debe habitar en sí mismo, puede ensimismarse, es con propiedad un ‘sujeto’ de sí mismo. Esta autonomía en la existencia, propia del hombre, esta sistencia en sí, es la señal de su espiritualidad: es su espiritualidad misma. Por ella el hombre es en sí y es conciencia de sí. Y sólo en cuanto tiene conciencia de sí está en sí mismo, ‘in-siste’, es hombre, y es espíritu”[3].
En consecuencia con esta capacidad de autoconciencia que da la esencia in-sistencial del hombre y que consiste en saberse un ser espiritual, encontramos la posibilidad del libre actuar humano en el tiempo. Así, gracias a su autoconciencia y su libertad, el hombre es capaz de actuar con cierta independencia de los condicionamientos circunstanciales -culturales, epocales, etc.- de la historia. “El influjo y la gravitación de la historia y del ambiente que ella nos ha destinado moldean nuestra mentalidad, pero no pueden absorberla en su totalidad. Desde el momento en que el hombre tiene conciencia de sí, no solo recibe el influjo de las circunstancias, sino también reacciona contra ellas. (...) Todos, más o menos, poseemos esta conciencia, y , por ende, todos, más o menos, nos evadimos del influjo de la historia y dejamos actuar nuestra individualidad”[4]
Gracias al hecho de ser espiritual el hombre puede desarrollar su identidad ante el devenir del tiempo dejando su huella en él y haciendo historia. La relación del espíritu con el tiempo ha sido magistralmente desarrollada por San Agustín en el libro XI de Confesiones. La idea allí expresada podría sintetizarse del siguiente modo: Dado que el espíritu es siempre conciencia del presente, el tiempo, con su división de pasado, presente y futuro, posee entidad sólo en cuanto es presente para la conciencia. Por tanto, si el ser del tiempo es siempre en el presente, sólo en el presente podrán cobrar existencia el pasado y el futuro. San Agustín denomina memoria y expectación a esta existencia del pasado y el futuro en el presente de la conciencia siendo la memoria el “presente del pasado” y la expectación el “presente del futuro” [5]. El hombre se sitúa entonces en un presente que, siendo a la vez presencia total del tiempo, le permite proyectarse desde el pasado hacia el futuro sin que esta división lo conduzca a perder la unidad de su persona en el devenir sino que, muy por el contrario, le permite reconocerla en su permanencia.
Ahora bien, no basta con la sola espiritualidad para la enunciación de un sujeto histórico. Por su necesario desarrollo en el tiempo, encontramos en él también la materialidad. Es decir que además de ser in-sistencia (y por tanto, un ser espiritual) el sujeto histórico es también in-sistencia encarnada. La sucesión que el tiempo implica necesita para ser tal de un mundo material en el cual producirse, “el hombre se halla en íntima ligazón con el mundo material, sumergido en él y, lo que es más todavía, determinado por el proceso y la evolución misma de la materia. (...) Debemos afirmar que la materia es también necesaria para la historia humana y que no hay tal historia sin materia” [6].
Sin embargo, para que tanto la espiritualidad como la materialidad impliquen la identidad de un ser que actúa en la historia, es condición sine qua non que este ser sea también capaz de entrar en sí e, instalado allí, interactuar con el medio desde la conciencia de su propia identidad. “El auténtico intercambio del hombre con los acontecimientos y con la historia exige que éste tome primero posesión de sí mismo, que ‘entre en sí mismo’, que in-sista en sí mismo, porque sólo en esa interioridad y desde ella puede descubrir el pasado y el futuro y asumir una actitud humana frente a ellos” [7]. Gracias a esta interioridad, por tanto, el hombre puede posicionarse ante y en la historia, evaluar las circunstancias y modificarlas en la medida de sus posibilidades. En síntesis, la interioridad o in-sistencia es lo que hace posible el ejercicio de la libertad personal en el tiempo así como la disminución del carácter determinista de la materialidad del mundo en el que dicho tiempo transcurre.
Pero esta misma interioridad, al permitirle al hombre el ejercicio de la autoconciencia, lo lleva al descubrimiento de la limitación ontológica que el mismo tiempo implica. Si bien nos permite reconocernos como seres espirituales libres, como in-sistencias, también nos lleva a la conciencia de ser entes en desarrollo y por tanto sujetos a una cierta inestabilidad y contingencia. Y por esta conciencia el sujeto histórico se percata de que “no tiene toda su existencia en sí mismo, no la tiene ‘toda junta’, como en el puño, para poderla vivir, disfrutar y ‘poseer toda a la vez y eternamente” [8] sino que está atado al devenir siendo in-sistencia encarnada.
LA INTUICIÓN DE LA UNIDAD COMO MOTOR DE LA ACCIÓN DEL HOMBRE EN EL TIEMPO.
Hasta aquí hemos analizado la dimensión temporal del sujeto histórico pero, como hemos ya indicado, el hombre no sólo es ser en el tiempo sino que además de la dimensión temporal, existe en él una dimensión en la que se halla siendo en cierto modo partícipe de la eternidad. La existencia de esta doble dimensionalidad conduce al hombre a una experiencia que puede ser vivida como paradójica, por un lado la sucesión y por otro la simultaneidad. No puede negarse ninguna de estas dos dimensiones sin la consecuente negación de la misma naturaleza humana, ya que el drama del hombre es esencialmente esa tensión profunda entre el tiempo y la eternidad, entre el deber ser y el ser, entre el deseo y la realidad. Es la hondamente sentida afirmación de San Agustín: “Quiero estar allí, pero no puedo. Puedo estar aquí, pero no quiero”[9].
La experiencia humana no se agota en el devenir, en la sucesión indefinida de acontecimientos que protagoniza y de los cuales debe hacerse responsable. También existe en el hombre una profunda y misteriosa intuición que lo alienta: la de la unidad establecida desde el inicio y siempre presente. Unidad que sin estar atada a lo temporal requiere, sin embargo, su plasmación en el tiempo. Esta intuición siempre actúa y es motor del hacer histórico, aunque muchas veces permanezca oculta a la conciencia humana.
Es gracias a dicha intuición que el hombre experimenta esa inquietud, que en ocasiones se expresa como insatisfacción o nostalgia, que lo lleva a buscar la plenitud de la unidad, es decir, a buscar el sentido que si bien está dentro y fuera, requiere del total compromiso de la persona para que se realice en la historia ya no solo como promesa o expectación sino como realidad plena y presente. Este es el camino que conduce a la plenitud del hombre, el que le permite sobreponerse a las desdichas y las divergencias, a la disgregación y al sin sentido aparente. No podríamos explicar sin esta intuición profunda el hecho de que el hombre, más allá del tiempo y en el tiempo mismo, continúe buscando la felicidad y la paz superando, o al menos intentando superar, los discursos desorientadores de un mundo privado de toda sacralidad y de una naturaleza humana despojada de toda auténtica dignidad.
Puede considerarse entonces que, en cuanto es intuición presente, la unidad es descanso, pero en cuanto requiere aún su realización en el futuro, la unidad es motor que mueve a la acción. El hombre se reconoce atado al devenir y esta experiencia de no poder serlo todo de una vez y para siempre (por utilizar una mera metáfora de la eternidad) es la que le permite tomar conciencia de su ser en el tiempo y por tanto de su precariedad óntica. Se expresa así lo que Quiles llama “una de las aporías fundamentales del ser del hombre”[10], que no es más que aquella planteada por la historia como continuo devenir, dimensión de la multiplicidad y la temporalidad; y por el ser como actualidad e inmutabilidad, dimensión de la unidad y la eternidad.
Ahora bien, si el ser del hombre se redujera simplemente a esta situación contradictoria sin poder encontrar el vínculo entre lo temporal y lo eterno, la historia se nos presentaría también como una aporía insuperable haciendo que el existir humano careciera de sentido. Y si aceptáramos esta interpretación reduccionista de la naturaleza humana deberíamos renunciar a la búsqueda de la unidad y a la posibilidad de la manifestación de lo eterno en el tiempo, negando así el sentido de la historia junto al del ser del sujeto histórico y destruyendo la esencia misma del hombre. Es necesario, entonces, plantear la necesidad de un sentido en la historia. Un sentido que si bien se halla ya dado en lo eterno, necesita aún ser realizado en el tiempo.
El hombre, como ya hemos dicho, experimenta su precariedad óntica mediante la conciencia de no poder serlo todo de una sola vez y para siempre. Pero también debemos destacar que “junto con la vivencia de nuestra precariedad, (…) al sentirnos in-sistencia ónticamente precaria tenemos nosotros la experiencia de una ‘exigencia del absoluto”[11] que sienta las bases de la seguridad de apoyarnos en un fundamento inamovible y estable que se manifiesta en tiempo y espacio pero que constituye también un modo de trascenderlos en su contingencia.
Esta ‘exigencia del absoluto’ que es constitutiva del ser del hombre y se experimenta como búsqueda y tendencia hacia, es lo que Quiles llama “sentimiento de flecha”[12]. Es el llamado de lo eterno desde el centro mismo de nuestro ser, desde nuestra in-sistencia, es la invitación a la realización más plena de nuestra esencia, es la vocación originaria, última y primera del hombre. Sin esta tendencia al absoluto, el hombre no podría siquiera vislumbrar la integración y superación en él de la aporía del tiempo y la eternidad, de lo múltiple y lo uno, de lo material y lo espiritual. Gracias a la experiencia de flecha el sujeto histórico descubre que en cada instante efímero de su realización en el tiempo están presentes todos los acontecimientos pasados y futuros. Y de este modo descubrimos que en cada uno de nosotros se juega todo pasado histórico y todo futuro que se hace historia en la profunda conciencia del presente. Es lo que podríamos llamar la flecha del tiempo en la eternidad, puesto que todo tiempo sólo es tal en lo eterno.
La tendencia hacia lo absoluto entendido como ser subsistente hace que en última instancia el hombre se reconozca como la misma tendencia, es decir, como ser en tránsito pero con una dirección clara, “es interesante comprobar que ‘somos’ esa flecha”[13]. Pero en cuanto nuestra experiencia humana se desarrolla en lo que podríamos denominar tiempo en sentido cronológico y entonces tiempo profano, no siempre nos resulta sencillo percibir la claridad de la meta. He aquí el motivo por el que el hombre puede sentirse defraudado en esa tendencia: la negación de la posibilidad de un salto al absoluto en la interioridad misma del hombre, no es más que la negación de la propia experiencia de flecha y por tanto la negación del propio ser. Así, el hombre confunde su esencia de in-sistencia con la sola existencia y supone que la única posibilidad de autorrealización se encuentra en el hacer, aunque éste carezca de sentido y finalidad. Esto es lo que en vocabulario insistencial llamamos alienación o alteración, es decir, el hacerse otro, el no ser sí mismo.
HACIA LA RECUPERACIÓN DEL SENTIDO DE LA HISTORIA
Luego de estas breves reflexiones en torno al problema de la historicidad del hombre en el encuadre de los principios de la filosofía in-sistencial, podemos concluir que el aparente sin sentido de la historia caracterizado por las contradicciones indicadas al principio de nuestra exposición, halla sus raíces en la negación de la experiencia de una de las dimensiones humanas. La superación de cualquier situación de crisis, tanto personal como histórica, radica en la recuperación del camino de la interioridad. Sólo de este modo el hombre logra aceptar sus límites como primer paso para la superación de los mismos, descubriendo en lo más profundo de su ser, en su esencia misma, en la in-sistencia, la presencia de lo absoluto como origen y fin por medio de lo que hemos denominado ‘sentimiento de flecha’.
Pero este ‘sentimiento de flecha’ sólo es completo en la vivencia de la dinámica del Amor como sustento de la relación in-sistencia ex-sistencia. Es desde allí que el hombre logra inter-actuar, es decir actuar en conjunción y colaboración con otras in-sistencias. Es lo que Quiles llama “dinamismo del ser” y que presenta bajo una estructura de triple movimiento: in-sistencia, ex-sistencia, in-sistencia. “El punto de partida del amor es la in-sistencia, ser-en-sí. El término intermedio a que se dirige es la ex-sistencia (ser con otro)[y ser en el mundo]. El punto final de retorno es la in-sistencia (ser ambos más en sí). Este ritmo triádico, siempre en dirección ascendente (ser más sí mismo), es el que a la vez muestra y realiza la esencia del ser del hombre, desde su ‘sí mismo’ hacia su plenitud y felicidad, su unidad interior, su paz”[14].
El Amor es, en última instancia, el fundamento, el camino hacia lo interior y lo exterior, la apertura, el sentimiento de flecha, la flecha misma, su fuerza, su dirección y su meta. Y la profunda experiencia en la cual esto se descubre es la que posibilita que el hombre, como sujeto histórico, logre la conciencia de sí. Conciencia que a su vez le permite actuar e interactuar libre y responsablemente en el tiempo, sin perder de vista que la unidad y la armonía merecen el esfuerzo de ser realizadas. Sólo de esta manera el hombre puede hallar su propia realización. Pero en este arduo camino, que no es más que nuestra propia vida desarrollándose en la historia y nuestra lucha por llegar a ser en lo temporal lo que ya somos en lo eterno, existe también la alentadora presencia de la unidad como continua y permanentemente dada. Quizá en esta presencia de lo eterno en lo temporal consista la esperanza y el gran milagro que es el hombre.
Notas
[1]
Respecto a este último problema cfr. J. M. Bergoglio, “Historia
y cambio”, en Documentos de Trabajo, Ediciones
Universidad del Salvador, Buenos Aires, 1984.
[2] Cf. I. Quiles, Antropología filosófica In-sistencial, Depalma, Buenos Aires, 1983. pp. 193-234
[3] idem p. 199
[4] idem p. 203
[5] San Agustín, Confesiones, BAC, Madrid, 1988.XI, 20, 26
[6]I.Quiles, op. cit. p. 204
[7] idem p. 206
[8] idem p. 198
[9]San Agustín, op. cit. X, 40, 65
[10] I.Quiles, op. cit. p. 193
[11] idem p.304
[12] idem
[13] idem
[14] I. Quiles, Cómo ser sí mismo,
Depalma, Buenos Aires, 1990. p.58
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COLOQUIO IX
IX Coloquio Internacional Presencial-Virtual 2004-2005 La Antropología In-sistencial frente a la alienación del siglo XXI.
Primera Etapa Presencial • Buenos Aires 16-17 de junio de 2004Ver Ponencia I • Pautas para una legislación desalienante
HORACIO GIGLI
Fundación Ser y Saber, Buenos Aires.
Ver Ponencia II • El tema quilesiano de persona humana en el marco de la enseñanza de la ciencia geográfica
PABLO GABRIEL VARELA
Universidad del Salvador, Buenos Aires.
Ver Ponencia III • El problema de la especialización. Una respuesta a partir de la pedagogía de Ismael Quiles, S.J.
JORGE MARTIN
Universidad del Salvador, Buenos Aires.
Ver Ponencia IV • Espiritualidad e In-sistencialismo
Pbro. JOSÉ IGNACIO FERRO TERRÉN
Fundación Ser y Saber, Buenos Aires.
Ver Ponencia V • La in-sistencia y el desarrollo de la interioridad para la superación de las distintas formas de alienación
MARÍA VICTORIA RULLÁN MIQUEL
Zaragoza, España.
Ver Ponencia VI • La filosofía in-sistencial enfrenta los desafíos de la educación actual
CELIA GEMIGNANI DE ROMANI
Universidad del Salvador, Buenos Aires.
Ver Ponencia VII • Hacia la recuperación del sentido de la historia. Historicidad y tiempo en la Antropología In-sistencial
ALEJANDRO POWTER
Universidad del Salvador, Buenos Aires.
Ver Ponencia VIII • La historia y la filosofía in-sistencial en el mundo actual
ETHEL BORDOLI
Buenos Aires.
Ver Ponencia IX • La experiencia in-sistencial y la unidad del hombre. La interioridad como camino hacia la unificación del hombre ante las disociaciones propias del siglo XXI
MARIELA MARONE DE POWTER
Universidad del Salvador, Buenos Aires.
Ver Ponencia X • Filosofía In-sistencial: bases para una Estética de la unidad
MARTHA PÉREZ DE GIUFFRÉ
Universidad del Salvador, Buenos Aires.
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