EL AMOR COMO PRINCIPIO FUNDANTE DEL EXISTENTE HUMANO
“Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me faltara el amor, no sería más que bronce que resuena y campana que toca”
1 Cor 13,1
Mariela Marone de Powter
Cada
uno de nosotros somos una nada venida a la vida; una vida que tiene su
fuente y su alimento en el amor y que sin amor no conoce otro destino
que la nada. Y esta existencia que somos, se manifiesta a nuestra conciencia
como presencia simultánea de la nada junto al todo. Es como una melodía hecha sólo de silencio y que
sin embargo suena bella y estrepitosamente. Esto es así porque es el mismo amor quien canta sus
versos en el ruidoso silencio de la existencia. Para aprender el compás de dichos versos tenemos toda
la vida. Como mero instante de nuestra escucha nos dedicamos ahora a interrogar
a dos personalidades que, de modo comprometido han entregado su vida al
aprendizaje del amor. Karol
Wojtyla e Ismael Quiles son los elegidos para responder nuestra pregunta:
¿Cómo habremos de hacer para que el amor dé sentido
a esa nada que compone nuestra existencia? Y para empezar ¿qué
es el amor?
Tanto Quiles como Wojtyla coinciden,
al dar respuesta, en la misma afirmación, o mejor dicho en la misma
negación. Para uno y otro el amor no es sino que va siendo.
Sería ingenuo pretender que el amor sea algo dado de una vez para
siempre; el amor es un don que se va realizando con nuestra colaboración.
Y en cuanto que colaboramos en la acción del amor, nos hacemos a
nosotros mismos. Dice Wojtyla que “el amor no ‘es’
nunca sino que ‘va siendo’ a cada momento lo que de hecho le
aporta cada una de las personas y la profundidad de su compromiso. [Esto
convierte al hombre en] un ser condenado a crear. La creación
es para él una obligación igualmente en el terreno del amor”.[i]
Esta
creación se realiza bajo la acción conjunta de la persona
y de la Gracia, que Wojtyla define como “participación
escondida del Creador invisible que, siendo El mismo amor, tiene el poder
–a condición de que los hombres colaboren- de formar todo
amor”[ii]. Estas palabras nos presentan la esencia del
amor como el dinamismo que envuelve y vincula a Dios con su creatura,
y en el caso especial del hombre como un llamado a participar en dicha
creación[iii]; llamado que por su carácter imperativo resulta
irrenunciable. Esta “obligación” a co-implicarse con
el creador en el terreno del amor ha de ser entendida como realización
de nuestra más profunda vocación, como única vía
posible de verdadera realización. Si nos comprometemos creativamente
en el amor, entonces vivimos nuestra realidad, si nos negamos a esta creatividad
sólo nos queda vivir nuestra nada.
Ismael Quiles también nos aporta una respuesta
que se inscribe dentro de la misma sintonía que la expuesta anteriormente.
Quiles define el amor como “el dinamismo del ser según este
triple movimiento:
in-sistencia,
ex-sistencia,in-sistencia.
El punto de partida del amor es
la in-sistencia, (ser en sí).
El
término intermedio a que se dirige es la ex- sistencia,(ser con
otro).
El punto final de retorno es la
in-sistencia (ser ambos más en sí).
Este
ritmo triádico, siempre en dirección ascendente (ser más
sí mismo), es el que a la vez muestra y realiza la esencia del
ser del hombre, desde su sí mismo hacia su plenitud y felicidad,
su unidad interior, su paz.”[iv]
En relación a las citadas palabras
de Quiles, el amor ha de entenderse también como un movimiento de
realización y no como algo hecho. Se hace necesario analizar, para comprender esta definición,
el sentido de ese movimiento que Quiles expresa como relación entre
existencia e in-sistencia. Ese movimiento triádico en que consiste
la dinámica del amor es el mismo que gobierna y caracteriza toda
relación posible entre el hombre, entendido como centro interior,
y el mundo exterior. El movimiento del amor es el que va realizando a la
persona en sí misma y esta realización tiene por fin la paz
y la unidad. Como veremos, al desarrollar los distintos momentos de esta
dinámica, esta paz no es total sino hasta descubrir en la interioridad
misma la presencia y la acción de un fundamento último, trascendente,
que sostiene y anima la existencia.
Analizaremos
ahora cuáles son esos pasos, o esos momentos en los que se encarna
la dinámica del amor, con la que tan implicada está la realización
del hombre en tanto persona.
Luego intentaremos una comparación entre este desarrollo y el correspondiente
a la formulación de Wojtila.
Momentos del movimiento del amor
según Ismael Quiles
1) Al primer momento de dicha experiencia Quiles lo
ha denominado co-sistencia: se trata de la vivencia de compartir
una misma naturaleza. Dice Quiles que “esta experiencia es originaria y está incluida
en la captación del otro, como semejante a mí mismo, captación
que es previa a toda comunicación ulterior con el otro, como ser
humano.”[v] . En tanto soy un ser conciente de mí
mismo, el otro se me presenta espontáneamente como semejante; en
el sólo hecho de su presencia, aún cuando no ha surgido
mediación de lenguaje alguno, lo intuyo como co-participante en
mi misma naturaleza. Esta percepción de una misma naturaleza no
sólo me coloca en el mismo campo existencial del otro, sino que
además, me permite identificarme a mí mismo como tal naturaleza
que soy.
2) En un segundo momento, o mejor dicho en un segundo
nivel de profundización, surge lo que Quiles ha venido a llamar atracción
ontológica o inter-in-sistencia. El descubrimiento del otro
como semejante o como co-sistente va acompañado de una mutua atracción.
Esta se manifiesta como una tensión que se dirige desde mi propio
interior hacia la interioridad del otro y viceversa. No sólo experimentamos
nuestra mismidad y su consonancia con la mismidad del otro sino que además
la experiencia de nosotros mismos se manifiesta como ontológicamente
ligada a la mismidad del otro. En palabras del propio Quiles: “Parece
que desde el polo de mi subjetividad nace una corriente de tendencia hacia
el otro, y experimento que esa corriente me llega también desde la
subjetividad ajena.”[vi]. El despertar a la conciencia
de sí mismo como un centro interior va acompañado de una intuición
por la que nos sentimos íntimamente ligados a otros centros interiores. Es esta tensión o tendencia a la unidad, que Quiles llama
atracción ontológica la que vincula toda la realidad en una
unidad. En Cómo ser sí mismo, Quiles describe esta
misma atracción como “una presencia ontológica que
anuda estrechamente un centro con otro, todos los centros entre sí,
en una especie de coro universal, cada uno afirmando su sí mismo
y al mismo tiempo sintiéndose solidario con todos.”[vii]
Una
vez que la experiencia nos revela esta sintonía de nuestros sí
mismos con el resto de las existencias, y de modo tan especial con el
resto de las personas, estamos llamados a profundizar y desarrollar ese
vínculo que espontáneamente se nos ha revelado como inseparable
de nuestra propia realidad. Es de esperar, que como conclusión
o culminación de la inter-subjetividad Quiles haya propuesto justamente
el amor como realización más perfecta de dicho vínculo.
En ello consiste justamene el tercer momento de este sendero que venimos
siguiendo.
3) El amor se descubre, entonces
como culminación de la inter-in-sistencia. Para Quiles la condición
para que exista amor entre dos personas es el descubrimiento de ese otro
como misterio, es decir como un sí mismo. A este descubrimiento va
unido el respeto por la libertad del otro. En función del reconocimiento
de la libertad del otro, la conexión ontológica se despoja
de todo egoísmo, entonces
el yo y el tu se convierten en un ‘nosotros’. Según expresión del mismo Ismael Quiles: “Sólo
aquí tiene sentido el acercamiento auténtico al prójimo. Entonces es cuando la unión de las dos in-sistencias tiene
un campo común, una vida común, una ‘sistencia’
común, en la personalidad, en la libertad y en la plenitud de dos
subjetividades.”[viii] . Este nosotros pasa a ser, entonces, condición
para la realización de cada uno de los sí mismos implicados
en él. La realización
de todo sí mismo depende del amor; el bien de cada sí mismo
se alcanza y se mantiene vivo en virtud del amor que lo liga a otro sí
mismo.
La conciencia de esta dependencia
mutua acrecienta en nosotros la intuición de la contingencia implicada
en toda intuición profunda del sí mismo. Reflexiona Quiles en su Antropología filosófica
insistencial: “Mi contingencia y la contingencia que experimento
en el ‘ tú’ convivido resuenan con más fuerza todavía que
mi contingencia sola.”[ix]. Esta intuición profunda de la contingencia compartida
nos abre la puerta al último nivel de profundización en
la experiencia de la inter-in-sistencia.
4) El fondo último de nuestra
inter-subjtividad. La intuición de la contingencia tiene para Quiles, la
virtud de abrirnos al encuentro del Absoluto como fundamento último de una existencia incapaz de dar cuentas por
sí misma de su inexplicable presencia. A esta vivencia de la contingencia se suma, como vía
de acceso a la presencia interior del Absoluto, el descubrimiento de nuestra
intimidad con Dios implicada en la unión por el auténtico
amor entre las almas. De otro modo, ¿cómo puede ser que algo
tan propenso a desaparecer tenga el poder de crear un lazo capaz de religar
los puntos más extremos de la tierra en la vivencia de la verdadera
comunión? Ha de haber entre nosotros algo implicado en crear, con
nosotros y tal vez a pesar de nosotros, esa unidad. Dice Quiles que cuando
se experimenta esa presencia“ es cuando el ‘nosotros’,
esa experiencia ontológica de la intersubjetividad en que nos hallamos conviviendo instintivamente y por fuerza,
con anterioridad a toda actitud y propósito reflexivo, encuentra
la dirección a que apunta, encuentra su sentido que exige, y encuentra
su pleno ‘cumplimiento’ y seguridad ante el ‘Tú. Absoluto’, que es para ‘nosotros’
a la vez garantía y plenitud”[x]
Sintetizando lo expuesto podemos ver que una vez que
salimos de nuestra in-sistencia, para descubrir en la existencia la presencia
de nuestros semejantes y una atracción irrefrenable a la unidad
con ellos - atracción que tiene su culminación en el amor-, volvemos a nuestra in-sistencia. Pero al volver ya no somos los
mismos pues nos hemos enriquecidos por la intuición de que sin
ellos, y sin la experiencia del amor, no seríamos. No seríamos porque la conciencia de
nuestra ligazón ontológica al todo de la realidad ilumina
la dirección que nuestra responsabilidad ha de tomar en lo que
respecta a la realización de nosotros mismos. O somos en la unidad
con el todo y en la especial comunión con nuestros semejantes,
o sencillamente no somos nada, dado que la realidad es siempre en relación
a la unidad del todo. Ha quedado suficientemente expresado el
modo en el que para Quiles se desarrolla y se manifiesta este movimiento
en que el amor consiste.
Queda aún por desarrollar, así
como lo hemos hecho a partir de Quiles, cuáles sean para Wojtila
los momentos o instancias de ese movimiento en que función del cual
se ha definido el amor. Una vez expuesto su pensamiento podremos desarrollar
más puntualmente una comparación entre ambos.
Momentos del movimiento del amor según Karol Wojtyla
Mientras Quiles describe un camino en el que el punto
de partida no deja de ser nunca el punto de llegada, Wojtila nos presenta
una largada y una meta fácilmente distinguibles entre sí. Esto es así porque lo que Quiles plantea como una dinámica
en el plano ontológico Wojtyla lo desarrolla directamente en el marco
de la relación entre un yo y un tú. Esta relación ha
de tener un punto de partida, que es lo que en un principio involucra a
una persona en el campo existencial de la otra. Es decir, toda relación
tiene su origen en el descubrimiento de una cierta afinidad que provoca
una primera atracción y que Wojtyla identifica con el término
simpatía. “La simpatía, [según
palabras del mismo Wojtyla], introduce a una persona en la órbita
de otra persona en cuanto cercana a nosotros, hace que ‘sienta’
su personalidad entera, que se viva en su espera, encontrándola a
un mismo tiempo en la propia. Gracias a esto, la simpatía es un testimonio
de amor empírico y verificable”.[xi] Ahora bien, toda simpatía, en tanto
sentimiento de afinidad con el otro tiene su valor y funda su duración
en un aspecto puramente emotivo; es decir, una relación construida
exclusivamente a fuerza de simpatía durará en tanto dure la
simpatía.
Sin embargo, cuando nuestra
responsabilidad entra en juego en la creación de un vínculo
más profundo que la simpatía esta comienza a transformarse
en amistad. “La amistad consiste [para Karol Wojtyla] en un compromiso
de la voluntad respecto a una persona, con miras a su bien. La simpatía ha de madurar, por
consiguiente, para llegar a ser amistad, y este proceso exige normalmente reflexión y tiempo.”[xii] En relación a la dinámica entre estas
dos formas de vinculación entre dos personas formula una más
detallada definición del amor como un quehacer responsable, “esencialmente
creador y constructivo [que] consiste en una transformación
profunda de la simpatía en amistad.”[xiii]
¿Qué relación
guarda esta formulación con la expuesta por el padre Quiles? En primer
lugar ambos plantean una condición originaria de todo vínculo
humano que se manifiesta de manera espontánea, es decir como algo
que se hace patente de un modo inmediato. Lo que Quiles había nombrado
como atracción ontológica, Wojtyla lo identifica con la simpatía.
Si comparamos una y otra descripción de esta experiencia, parece
que la misma tuviese para Quiles un carácter universal y objetivo
mientras que en el caso de Wojtyla parece tener un valor particular y subjetivo.
Si seguimos avanzando en el pensamiento de Wojtyla notaremos que esto no
es más que una apariencia. Cabría preguntarse, qué
es lo que nos permite superar el carácter puramente subjetivo de
una relación, lo estrictamente emotivo en que consiste la simpatía
para que esta se convierta en amistad. De hecho la amistad, al estar definida
en relación al bien, expresa en sí misma su carácter
objetivo.
Existe para Wojtyla, al igual
que para Quiles un fundamento objetivo que sostiene cualquier tipo de
acción conjunta entre las personas. Este lo encontramos en relación al concepto de participación
que Wojtyla define como “propiedad dinámica de la persona
que se manifiesta en la ejecución de acciones ‘junto con
otros’, en la cooperción y coexistencia que sirve simultáneamente
a la realización de la persona”. [xiv]. Dicha participación tiene una característica
de importantísima relevancia para nuestro trabajo y consiste en
el hecho originario de que todos los hombres nos encontramos participando
en la humanidad. “Sólo como consecuencia de la participación
en la humanidad misma, que se manifiesta en la idea de prójimo,
alcanza la propiedad dinámica de la participación su profundidad
personal y su dimensión universal. (…) La capacidad de participar
en la humanidad misma de todo hombre constituye el verdadero núcleo
de toda participación y es condición del valor personalista
de todo actuar y existir ‘junto con otros’”.[xv]
En
el carácter universal de la participación encontramos ese
punto en que las formulaciones de Wojtyla y de Quiles se aúnan en
su fundamento para quedar diferenciadas sólo en el modo de su presentación.
Como dijimos, la base de todo vínculo de acción conjunta es
la experiencia del otro como semejante, es decir como prójimo; entonces esa vivencia de atracción
que se experimenta en la simpatía se funda también sobre el
carácter universal de la participación. Si logro sintonizar
en el campo existencial de otra persona es en última instancia porque
ambos vibramos en la misma frecuencia: la de la humanidad. Esto quiere decir
que lo que en términos de Wojtyla experimentamos particularmente
como simpatía no es más que la manifestación concreta
de un hecho universal que, desde más profundo, actúa como
condición de posibilidad de dicho vínculo: nuestro estar ligados
esencialmente a los otros como prójimo. Para Quiles, de nuestra co-sistencia depende nuestra inter-in-sistencia; para Wojtyla, del carácter
universal de la participación depende todo vínculo entre personas,
por lo que de ello depende también la simpatía.
Lo que para Wojtyla se descubre al
final, está puesto como principio en la formulación de Quiles.
Sin embargo tanto uno como otro dejan en evidencia que el hecho de estar
ligados al resto de la humanidad por virtud de una profunda semejanza ontológica
es la condición de base de toda vinculación posible entre
las personas y es por tanto esta noción de prójimo el fundamento
del amor. Esto significa, a partir de uno o de otro camino, que estamos llamados
a constituir relaciones fundadas en el amor porque eso es lo que somos en
el fondo más profundo de nuestro propio ser: somos uno en el amor. Somos reales en la medida que participamos en la Realidad que se
religa a sí misma en unidad por el amor.
Del
análisis del sentido que para Wojtyla tiene la amistad surge la
vinculación con el tercero y cuarto momento del desarrollo del
movimiento del amor en el pensamiento de Quiles. Como ya expusimos, dichos
momentos consisten respectivamente en el amor propiamente dicho como culminación
de la inter-in-sistencia y en el descubrimiento del Absoluto en la vivencia
de la contingencia compartida.
La amistad es para Wojtyla el resultado de la acción creativa del amor. Lo que inspira tal
acto creativo es el bien que se busca para el otro. Dice Wojtyla que “en
el deseo del bien infinito para el otro yo, está el germen de todo
el ímpetu creador, del verdadero amor, ímpetu hacia el don
del bien a las personas amadas para hacerlas felices. Este es el rasgo divino
del amor. En efecto, cuando un hombre quiere para otro el bien infinito,
quiere a Dios para ese hombre, porque sólo Dios es
la plenitud objetiva del bien y sólo Dios puede colmar
de bien al hombre. Por su relación con la felicidad, es decir, con
la plenitud del bien, el amor humano de algún modo está rozándose
con Dios.”[xvi]
Respecto de esta última cita
de Karol Wojtyla queremos destacar una palabra que nos revela un concepto
implícito en el discurso del cardenal acerca de una cuestión que en Quiles
tiene una función explícita y fundamental: la cuestión
de la contingencia. La presencia tácita de nuestra contingencia
y de la contingencia compartida en la vivencia del amor se hace notoria
en esa palabra dos veces repetida por Wojtyla: sólo
Dios y sólo Dios es la plenitud del bien y puede
colmar de bien al hombre. Como vimos, es el compromiso en la acción
responsable y conjunta el único camino por el que el hombre llega
a realizarse como persona. Es el bien de las personas implicadas en la
acción la última finalidad de la acción misma y es
el amor el único camino por el cual el bien de cada cual llega
a ser su auténtico patrimonio.
Conclusiones
Han coincidido las definiciones del amor que nos aportaron
Quiles y Wojtila en que la esencia del amor es ante todo un quehacer
que involucra la acción del hombre con la de la divinidad. Hemos descubierto también como
punto en común la revelación de que la persona, realizada
en tanto tal, es inconcebible a expensas del amor; más aún,
que su existencia, sin amor, queda reducida a una pura nada. Sin el amor
humano no seríamos más que una conciencia que se desgarra
en el vacío; sin el amor divino simplemente no seríamos.
Tal vez pueda discutirse el hecho de que -como dijera el conocido soliloquio
hamletiano- “ser o no ser sea la pregunta”,
pero nunca que el amor sea la respuesta.
Así también se ha mostrado que
el bien y la realización del hombre se constituyen en forma relacional,
nadie puede realizarse a expensas de los demás y toda realización
personal trae consigo plenitud y felicidad para todos los demás.
Finalmente han coincidido ambos autores en que el último bien de
cualquier hombre, al igual que la realidad de cualquier cosa no está
sino en su unidad con el último fundamento trascendente; es decir
nuestra realización es algo relativo no sólo al resto de los
hombres y las cosas sino que de modo mucho más eminente y fundante involucra la acción de Dios.
Moraleja
Suspendida en esa encrucijada entre el Todo y la nada,
la existencia humana se colma de sentido y realidad cuando aprende a quedarse con la nada para así volverse un participante del
Todo. Este sería el gesto de más pura humildad que pudiese
albergar un corazón humao, y la humildad tiene un único maestro:
el amor.
Bibliografía
• Cardenal Karol Wojtyla, Persona y acción,
tr.: A.Tymieniecka, BAC, Madrid, 1982.
El Amor humano en el plan
divino, Librería Editrice
Vaticana, Città del Vaticano, 1980.
Amor y Responsabilidad,
Editorial Razón y Fe, Madrid, 1978
• Padre Ismael Quiles , SJ.,Antropología filosófica
in-sistencial, Depalma, Buenos Aires, 1983.
Cómo ser sí mismo, Depalma,
Buenos Aires, 1996.
Notas
[i] Wojtyla, Amor y responsabilidad, pg. 153 Es interesante el sentido que esta afirmación adquiere
cuando la enmarcamos en el terreno de la creación artística.
No sólo porque nos permite concebir al artista como cumplimiento
especialísimo de la vocación que Dios ha impreso en el
hombre sino porque nos conduce a reflexionar acerca del compromiso de amor que todo artista queda
obligado a imprimir él mismo en su propia creación. Esto
seguramente podría ser motivo de una nueva reflexión:
¿es asimismo el amor una obligación en el terreno de la
creación artística?
[ii] Idem.
[iii]En El Amor humano, (pág. 62) Wojtyla define creador como “
aquél que ‘llama a la existencia de la nada’ y que
establece en la existencia al mundo y al hombre dentro del mundo porque
Él es amor.” Según la definición que
tomamos del texto.
[iv] Quiles, Cómo ser sí mismo, pg. 58
[v] Quiles, Antropología filosófica in-sistencial,
p. 117
[vi] Quiles, op. cit. , p. 132
[vii] Quiles Cómo ser sí mismo, p. 45.
[viii]Quiles, Antropología filosófica in-sistencial,
p. 132
[ix] Quiles, op. cit. , p. 134.
[x] Quiles, op. cit. , p. 135.
[xi] Wojtyla, Amor y responsabilidad, pg. 95
[xii] Op. Cit. ,p. 97
[xiii] Op. Cit. , p. 98
[xiv] Wojtyla , Persona y acción, pg. 343
[xv] Idem.
[xvi] Wojtyla, Amor y responsabilidad, pg. 151.
-
COLOQUIO IX
Simposio de Antropología comparada Karol Wojtyla – Ismael Quiles SJ
Segunda Etapa Presencial • Buenos Aires, 13 de Octubre de 2005Ver Ponencia I • La unidad de la persona como condición de posibilidad de la percepción de la belleza
MARTHA PÉREZ DE GIUFFRÉ
Universidad del Salvador, Buenos Aires.
Ver Ponencia II • El conocimiento de sí mismo como fundamento de la reflexión filosófica
ALEJANDRO POWTER
Universidad del Salvador, Buenos Aires.
Ver Ponencia III • El Amor como principio fundante del existente humano
MARIELA MARONE DE POWTER
hr>
Universidad del Salvador, Buenos Aires.Ver Ponencia IV • La libertad, la belleza y el amor en Ismael Quiles y Karol Wojtyla
MARÍA VICTORIA RULLÁN MIQUEL
Zaragoza, España.
Ver Ponencia IV • La libertad, la belleza y el amor en Ismael Quiles y Karol Wojtyla
MARÍA VICTORIA RULLÁN MIQUEL
Zaragoza, España.
Ver Ponencia V • Acerca de la historia - Aproximación al pensamiento histórico de S.S. Juan Pablo II y el P. Ismael Quiles S.J
ETHEL BORDOLI
Buenos Aires.
Ver Ponencia VI • La base antropológica en la ética en I. Quiles Y K. Wojtyla
JULIO RAUL MENDEZ
Universidad Nacional de Salta • Universidad Católica de Salta.
Ver Ponencia VII • Persona y accion de Karol Wojtyla, visto desde la perspectiva del R.P. Dr. Ismael Quiles, S.J.
CELIA GEMIGNANI DE ROMANI
Universidad del Salvador, Buenos Aires.
Ver Ponencia VIII • Conclusiones
JORGE MARTIN
Universidad del Salvador, Buenos Aires.
Contacto
Rodríguez Peña 640
C. Aut. de Buenos Aires
Argentina